Mientras cruzaba la pista, los carros se detenían a su paso. Ella flotaba, mientras yo sorteando muertes; procuraba cogerla del brazo.
Intentamos hablar, ya en algún paradero, pero el remolino estaba en primera plana.
Creí que al escapar de la mala noche, de los amigos alcohólicos, de una aparente nueva ciudad, del “aire fresco” que resoplaba la fiesta que dejamos atrás, podríamos hablar con tranquilidad y salir del atolladero, pero mientras esperábamos algún taxi, jamás llegamos a comprender algo de lo que salía por nuestras bocas.
Ya sobre las ruedas: Silencio absoluto (Que muchas veces es lo mejor) en el camino mientras que el taxista conducía entre barrios espeluznantes y curvas extrañas.
Caballero, ¿Qué ruta está tomando? - Le pregunté
Es un atajo –dijo- Saldremos por Tingo Maria… ¿Está bien?
Está bien –dije
Le di un sorbo a la botella, miré de reojo: ella dormía o fingía hacerlo.
Pronto será el fin del mundo- pensé y una detonación extraña aplastó el silencio motorizado…
¿Qué fue eso?- preguntó inquieta ella
Debe haber sido un cohetón… - Masticó el chofer
¿En Marzo? – Frunció
Definitivamente no había sido un explosivo, menos alguna máquina. Muy raro aquel ruido, bastante cercano y lejano a la vez, sentí como presionó y se expandió bajo mis pies, a pesar de que el auto estaba en movimiento, no dejó eco alguno, ni siquiera ladraron los perros. Difícil saber su origen y más difícil parecía imaginarlo.
Desde hace varios meses había notado incontables y absurdos retumbos transitar las madrugadas.
Todas las mañanas, tardes y noches noto la tensión en la gente y en la tierra, parece que todo terminará estallando en mil partes mientras jugueteamos a ser nosotros mismos (O lo que nos digan en la TV) .
Estaba cansado de sentir, creer y oír cosas raras que jamás acarrearían un significado claro o drástico, al menos para mí era como “anuncios”, llamadas a futuras desgracias… “Sonidos del fin del mundo” los bauticé.
Llegamos a casa y ninguno hizo el menor comentario.
Eran las cuatro de la madrugada y decidí meterme bajo la ducha, no hay nada como un duchazo frío para sacar a uno del aturdimiento post riña marital / post explosión extraña.
De vuelta al dormitorio decidí terminar la botella y echarme a dormir, pero mi compañera tenía otra idea: Hablar
Me pereció que era necesario, así que me transformé en toda la atención posible: Tambaleamos aquella madrugada, pero nada que una buena plática con las intensiones limpias no pudiera solucionar.
Después de la tormenta, viene la santa calma, dicen. Ahora sí era momento de estar en paz, momento de tumbarse. Empiernados y con piquitos a cada segundo, íbamos acercándonos más y más, cuando de pronto un arduo zumbido hizo vibrar toda la casa, los vidrios bramaron.
¡¿Que carajo es eso?!- pregunté.
No salgas- dijo ella mientras fui hasta la ventana para ver que era.
Nada, ninguna luz, ningún aparato flotante, destello o asteroide, ¡nada por ningún lado!, ni en el cielo, ni en la tierra.
Lo inaudito era que el zumbido parecía nacer del cielo y realmente creí que venía de la zona izquierda del cielo, o lo que significara eso, creí que ¡descendía de un lugar específico! pero ¿Qué era lo que producía ese sonido inquietante y a primera impresión omnipresente? ¿Qué era y qué significaba? No lo sabía, lo único que suponía era que “Los Sonidos del Fin del Mundo” trataban de decirnos algo y si entraron en mi cama, seguramente no se detendrán hasta que ella, o tal vez yo, logremos descifrar que es lo que realmente quieren decir.